Hoy quiero confesarte, desde el alma, que estaba equivocada, madre mía, la muerte nunca es un punto aparte, si un zarpazo, una profunda herida que llega a lo más hondo del aliento... Así te siento ahora por mi vida: un lamentarse el corazón, que acuna un dolor que lo llena y lo lastima.
Hoy quiero confesarte, desde el alma, que estás dentro de mí: en caricias, en recuerdos, en viejos sufrimientos, en esperanzas, en luchas y alegrías.
Ahora entiendo ese luto que llevaste tantos años por tu hijo hoy ese luto se me vuelve una luz, preciosa guía, que al desamparo de la orfandad da fuerza, valor e ilumina.
Si miro para atrás siempre estás tú luchando por tus hijos sin fatiga... Nunca te oí una queja o un reproche, nunca un no puedo más o estoy vencida.
Si miro para atrás siempre estás tú luchando por tus hijos sin fatiga... Nunca te oí una queja o un reproche, nunca un no puedo más o estoy vencida.
Fuiste honesta y luchadora, fuiste tierna espiga que alimentó de honor y orgullo noble nuestras almas.
Quisiera terminar diciendo que has sido de tus hijos la heroína, un ejemplo de amor y de respeto, un espejo de aguas cristalinas, gracias por sembrar en nosotros la utopía de otro mundo posible.
Deseo de que estés en la gloria, de que Dios -en el que tú creías- te haya acogido en su regazo y haya colmado tu lucha de armonía.
Deseo de que estés en la gloria, de que Dios -en el que tú creías- te haya acogido en su regazo y haya colmado tu lucha de armonía.
Y para el corazón quiero guardarme tu mano junto a la mía, y el rostro que mostraste ante la muerte: inocente y desvalida.