15 enero 2014
Volver.
No era así como lo había imaginado, quiero decir, nunca imaginé ese momento...pero sucumbió, se desarboló nuestra relación. Nos dijimos, adiós. Lo que no puedo precisar es el momento en que todo se derrumbó.
¿Dónde está el umbral, ese umbral infinitesimal que transforma sin remedio las cosas? ¿El punto de cansancio, de agobio... en que la caricia a fuerza de repetirse no produce placer sino dolor?. ¿El momento en el que el clavo que sostiene un cuadro demasiado pesado para él cae, y con él su carga?
¿Va cediendo paulatinamente en silencio, o bien lo sostiene hasta el fin con la misma tenacidad y se desmorona de golpe al comprender que no podrá sostener el peso por más tiempo? ¡Ay, amor! Quizá la conciencia, cuando aparece la señal, la grieta y llega el final, se comprende que lo inexorable había ocurrido mucho antes de que se manifestara, así al modo que cuando muere un amor sabemos, (si queremos saber), que había muerto hacía tiempo, pero no quisimos o no supimos verlo.
Lo cierto es que el adiós fue... Una mesa de mármol frío, una taza de café, un atardecer naranja de otoño algo difuminado por el humo del cigarrillo, una lágrima de papel y en mi mirada el ansia, la luz pálida y lenta que no se resigna al adiós. Se leía en mis ojos. La vida invitándome nuevamente a recorrer las calles de tu mano, a besarnos en el fragor, entre las sábanas en desorden donde habrá calideces olvidadas.
Y yo sigo aquí, esperando ¿sabes por qué? Porque nos pertenecemos pase lo que pase, aunque no volvamos a vernos. Porque la pertenencia no depende del tiempo que dure una relación, si no de la intensidad puesta en la entrega.
Te espero. Sabes dónde encontrarme.
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