Dos hombres habían compartido injustamente una celda en prisión durante varios años, soportando todo tipo de maltratos y humillaciones. Una vez en libertad, se encontraron años después. Uno de ellos preguntó al otro:
– ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?
– No, gracias a Dios ya lo olvidé todo – contestó – ¿Y tú?
– Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas – respondió el otro
Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo: – Lo siento por ti. – Si eso es así, significa que aún te tienen preso. (Fabula)
El rencor es una cárcel, pero impuesta por nosotros mismos, nos mantenemos presos de un sentimiento profundo y triste.
Perdonar es alivianar cargas, no es un proceso fácil, pero por la paz que brinda, vale la pena afrontarlo, es un paso gigante hacia un bienestar emocional y una mayor madurez, es decir hacia el camino que permite recobrar el control sobre nuestros sentimientos y nuestra vida.
La vida siempre genera aprendizajes y es nuestra opción el quedarse con las lecciones positivas, las de cariño y amor, por peor y doloroso que haya sido aquel evento o momento de pelea, YA PASÓ y es el tiempo de soltarlo, avanzar y tratar de vivir feliz y plenamente cada día
La imposibilidad de perdonar genera sentimientos negativos que terminan haciéndonos daño. Cuando la rabia, la impotencia y el resentimiento se acumulan, nos afectan y además perjudican. Detrás del rencor casi siempre se esconde un juicio y la sensación de que eres mejor que la otra persona -la que cometió el error-. En realidad, todos somos diferentes, ni mejores, ni peores, diferentes.
Aprender a juzgarnos sólo a nosotros y no ir por la vida vistiendo la toga del juez ayuda a eliminar los sentimientos negativos.
Es sano y sabio aprender a perdonar. Quizás no somos responsables de lo que nos ha sucedido, pero sí de cómo nos sentimos al respecto ya que somos nosotros los que añadimos la intensidad y las valoraciones a lo sucedido. Es necesario aprender que todo cambia, y que también nosotros somos capaces aun sin quererlo, de defraudar.
– ¿Alguna vez te acuerdas de los carceleros?
– No, gracias a Dios ya lo olvidé todo – contestó – ¿Y tú?
– Yo continúo odiándolos con todas mis fuerzas – respondió el otro
Su amigo lo miró unos instantes, luego dijo: – Lo siento por ti. – Si eso es así, significa que aún te tienen preso. (Fabula)
El rencor es una cárcel, pero impuesta por nosotros mismos, nos mantenemos presos de un sentimiento profundo y triste.
Perdonar es alivianar cargas, no es un proceso fácil, pero por la paz que brinda, vale la pena afrontarlo, es un paso gigante hacia un bienestar emocional y una mayor madurez, es decir hacia el camino que permite recobrar el control sobre nuestros sentimientos y nuestra vida.
La vida siempre genera aprendizajes y es nuestra opción el quedarse con las lecciones positivas, las de cariño y amor, por peor y doloroso que haya sido aquel evento o momento de pelea, YA PASÓ y es el tiempo de soltarlo, avanzar y tratar de vivir feliz y plenamente cada día
La imposibilidad de perdonar genera sentimientos negativos que terminan haciéndonos daño. Cuando la rabia, la impotencia y el resentimiento se acumulan, nos afectan y además perjudican. Detrás del rencor casi siempre se esconde un juicio y la sensación de que eres mejor que la otra persona -la que cometió el error-. En realidad, todos somos diferentes, ni mejores, ni peores, diferentes.
Aprender a juzgarnos sólo a nosotros y no ir por la vida vistiendo la toga del juez ayuda a eliminar los sentimientos negativos.
Es sano y sabio aprender a perdonar. Quizás no somos responsables de lo que nos ha sucedido, pero sí de cómo nos sentimos al respecto ya que somos nosotros los que añadimos la intensidad y las valoraciones a lo sucedido. Es necesario aprender que todo cambia, y que también nosotros somos capaces aun sin quererlo, de defraudar.