Esa noche estaba sola, pero no en soledad, estaba sola y no porque me hubieran dejado, si no porque yo me había alejado.
Había comprendido que un jardín no siempre necesita de flores para llenarse de magia y, que el canto de las aves también puede alegrar el alma.
Descubrí que no necesitaba de la compañía de un hombre para sentirme realizada y, que la esencia de mi ser no iba en la ropa que usaba, que un espíritu níveo dilata esperanza y, que el amor y el orgullo no van en la misma balanza.
Esa noche no reía, pero tampoco lloraba, admiraba las cicatrices de mi alma y con halagos yo misma me las curaba.
Todo estaba en silencio, caía un rocío que se deslizaba por la ventana, esa noche no era tan común, de mis temores me despojaba.
Decidí dormirme, sabía que al día siguiente estaría renovada.