Este camino que llevo bajo los pies me ha enseñado a fuerza de ignorancia que la vida va endureciendo el alma con el roce del tiempo y la esperanza.
Al encuentro de piedra, el sentimiento duro se alarga cuando en las sombras del sendero se pierde el sombrero y la sonrisa.
Estos pasos inciertos lo son todo, como el que alarga el brazo buscando el sin sentido, sabiéndose vacío, y encuentra entre sus dedos las huellas del otoño y los copos de un invierno sin voz de primavera.
Este camino que llevo bajo mis pies, dejó de ser sendero en las hojas del tiempo, cuando robó tus besos y se llevó tu voz y quedó sin pasaje la luz de tu presencia.
Hay tardes en que el día no quiere cerrar los ojos, la felicidad es así y nada tiene que ver con la perseverante marcha de las horas, que en verdad el tiempo sólo transcurre cuando algo está por terminar, cuando el vacío suplanta la sensación de pertenencia o cuando la soledad inicia su triste e interminable danza en nuestras vidas y apaga todo.
La felicidad existe en un mundo virtual donde lo que sentimos no se ve, ni se palpa, pero se sabe porque duele, a la vez que nos transporta en un trance sublime.
Quisiera cerrar los ojos cuando me acosa la angustia y no dejarla entrar por mis oídos, pero por cada espacio dulce, hay uno amargo, nuestra capacidad para entregarnos al amor está condicionado por las experiencias que provocan el trauma y la inseguridad que siempre está al acecho.
Voy a esperar con los ojos abiertos esos atardeceres, cuando la luz se prolonga para comportarse como el amor, sin sentido, ignorando la existencia del tiempo o la de un último abrazo.
Al encuentro de piedra, el sentimiento duro se alarga cuando en las sombras del sendero se pierde el sombrero y la sonrisa.
Estos pasos inciertos lo son todo, como el que alarga el brazo buscando el sin sentido, sabiéndose vacío, y encuentra entre sus dedos las huellas del otoño y los copos de un invierno sin voz de primavera.
Este camino que llevo bajo mis pies, dejó de ser sendero en las hojas del tiempo, cuando robó tus besos y se llevó tu voz y quedó sin pasaje la luz de tu presencia.
Hay tardes en que el día no quiere cerrar los ojos, la felicidad es así y nada tiene que ver con la perseverante marcha de las horas, que en verdad el tiempo sólo transcurre cuando algo está por terminar, cuando el vacío suplanta la sensación de pertenencia o cuando la soledad inicia su triste e interminable danza en nuestras vidas y apaga todo.
La felicidad existe en un mundo virtual donde lo que sentimos no se ve, ni se palpa, pero se sabe porque duele, a la vez que nos transporta en un trance sublime.
Quisiera cerrar los ojos cuando me acosa la angustia y no dejarla entrar por mis oídos, pero por cada espacio dulce, hay uno amargo, nuestra capacidad para entregarnos al amor está condicionado por las experiencias que provocan el trauma y la inseguridad que siempre está al acecho.
Voy a esperar con los ojos abiertos esos atardeceres, cuando la luz se prolonga para comportarse como el amor, sin sentido, ignorando la existencia del tiempo o la de un último abrazo.