Tu aroma imaginario, me conquista, me desnuda, me envuelve, me entrego y te niego.
El miedo me llama bajito me seduce y quiero dejarme llevar hasta el abismo de tus dulces ojos. Sumergirme en el eco del gemido de tus besos acariciando la tortura del lamento errado y mezquino. Embriagarme despacio con la sed inconfundible de tus labios que bajo el manto estrellado arrancaré de tu boca, amor... la más dulce melodía... la de aquel arroyo,
la de aquel ruiseñor, que en su agitado suspiro interpreta mágicamente esa promesa que desmenuza mi voluntad.
Procura no hacer más ruido que el de tus huellas en mi alma, que sigiloso y bendito rasga la penumbra en el ocaso. Piénsate ajeno a mis caricias, aléjate de mis deseos, de mis manos dibujando placer en tu espalda. No te busques en mi pecho espinoso y turbulento, de pasiones y deseos... Pensarte ajeno que la afirmación te aleja, que tú ya estás tatuado en el surco eterno de mi respiro, en la magia de mi amanecer, en el hambre de mi sed, en el absoluto silencio quieto y placentero de mi corazón.
No, no, no creas, no escuches... siente, respira mi aroma de confusión y cállame con ese beso dibujado, con esa caricia rota, con la mirada compartida. Piérdeme entre tus brazos, déjame llegar hasta el horizonte de caricias prófugas y serenas llenas de anhelados deseos. Sana la cicatriz de un beso confundido y siente la verdad de mi pecho. Susúrrame de nuevo esa palabra con herida, esa que hizo sentirme reposar en la tibieza de tu pecho, en el regazo amable del amanecer cobijando el sueño que tejiste para mí...