Esta lluvia sin recipiente que al vacío de un olvido olvidado van cayendo sin piedad y sin siquiera mitigar la ausencia de tu ausencia, cuántos amaneceres sin ver luz, sin respirar al sol mezquino que de luces vagas y siniestras pierde su esencia en las nubes amenazantes de la clandestinidad infinita del sentimiento avasallante.
Tormentas de pasión, de espinos viajeros que se clavan sin medir distancias, sin siquiera suavizar la furia de la calma.
El respiro hiere a la ausencia, la duda se instala pasiva y muerde la quietud del suspiro lejano.
Calla el eco y grita el silencio de ese temor siniestro que apaga el destello opaco de la mirada mutilada por la pasión y el deseo.
Sufre el dolor de no tener por quien sufrir, el silencio ya no calla al beso que grita desde el infinito espinoso, viajero de caminos pedregosos que en su andar deja las huellas del destierro, mata lenta y tormentosa la rosa de este mendigo sentir.
Ganó el miedo en una apuesta limpia y serena...
Se rindió la esperanza que no alcanzó a ser sueño que de plegarias y matices abrigó el calor del alma vacía de plenitud. Se instaló la melancolía ligera y soberana que en su andar dejó la herida dulce del amor que se fue sin haber llegado, sin haber mostrado su rostro, sin haber mirado en sus dulces ojos.