Tengo
cerca de 59 años. He conocido de la felicidad extrema y de la pena
horrible y cruel. He despotricado en contra de Dios y, sola, con temor,
lo he invocado en rezos. He reído a más no poder y he llorado hasta
secarme. He abrazado la vida con garras y uñas y he pensado en la muerte
como la última salvación. He odiado a mis padres y los he aprendido a
amar con una fuerza tan inmensa, que me desdobla y turba su inevitable
ausencia. He pisado barro y conocido la miseria y he vivido en cuna de
oro donde la indolencia gobierna. He gritado de alegría con toda mi alma
hasta quedar sin voz y he llorado derrotas como una tragedia. He amado y
me han amado. He leído demasiado y me iré como una ignorante. He
escrito poesía y he estado en blanco. Tengo cerca de 59 años y las canas
anidan mis cabellos. Envejezco cada día y vuelvo a la infancia en
sueños recurrentes. He viajado y he estado estática. He conocido gente
maravillosa y de la peor calaña. Aún (espero) me queda vida. Sé que
nací y moriré. Y, quizá, lo más importante, tengo la certeza que lo que
está en ese paréntesis, es mío. Sólo es mío...
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