Creo firmemente que los lazos de sangre no son determinantes para constituir profundas relaciones de amor paterno, materno y filial, que no es la sangre sino el roce, la crianza, la presencia, la paciencia la disposición, etc., la que consolida y cimienta una familia.
Si bien sabemos que el ingrediente principal de que está hecha la vida son los CAMBIOS, también nos hemos dado cuenta que hay cambios más difíciles y más duros de aceptar que otros.
La muerte de un ser querido, cualquiera que sea el vínculo, es la experiencia más dolorosa por la que puede pasar una persona.
De repente sentimos que toda la vida, en su conjunto, duele. Nos duele el cuerpo, nos duele la identidad y el pensamiento. Nos duele nuestro entorno y nuestra relación con ese ser querido ausente. Nos duele el dolor de la familia y amigos, nos duele el corazón y el alma.
Sentimos que lo único que calmaría tanto dolor, es el regreso de la persona amada…y al mismo tiempo sabemos que esto no es posible…y la herida duele más aún .
Inevitablemente la muerte es parte de cada vida que vivimos.
Y para superar éste cambio tan importante que supone la pérdida de un ser querido, es necesario hacer un proceso de duelo.
Se sabe que el duelo tiene etapas, que se dan en la mayoría de los casos:
-Negación y/o incredulidad: hay un momento que la noticia nos produce una especie de shock, un momento de negación, de confusión, en el que no entendemos lo que nos está pasando.
-Regresión: de repente rompemos en un llanto desgarrador, gritamos, pataleamos como un niño…no hay palabras lógicas para expresar lo que se siente en ese estado de explosión emocional.
-Furia: rabia, enojo, podemos pasar momentos en los que nos enojamos con todos y con todo, intento de buscar un culpable, un responsable…aun así, una vez más sabemos que detrás de la furia, de la ira, de la rabia, siempre está una profunda tristeza.
-Culpa: también aparece la culpa, nos sentimos culpables por haberle o no haberle dicho tal cosa, por no haber hecho tal otra, por no haber estado en tal sitio…es parecida a la furia, pero la culpa, como siempre es mentira y no debe quedarse en nosotros.
-Desolación: la etapa más dura, donde nos conectamos con la verdadera tristeza. Nos conectamos con la soledad de estar sin el, con los espacios vacíos que nos ha dejado, con nuestros propios vacíos interiores, es aquí cuando tenemos percepciones extrañas, despertar sintiendo su voz, verle en sueños, sentir su presencia, su olor, etc..
-Fecundidad: pasada la etapa de desolación empezamos a vislumbrar a lo lejos la salida. Podemos hacer cosas dedicadas a esa persona, inspiradas en ella
-Aceptación: la llegada a este punto, no significa que todo pasó y ya está resuelto. Se trata de sentir que yo no seria quien soy si no hubiera tenido esa persona a mi lado, conectar con todo lo que quedó en mi. La conciencia de lo que dejó en mi ser.
Todos tenemos la capacidad de atravesar un duelo pero a veces nos quedamos atascados en una de sus etapas, está demostrado que las herramientas más útiles para estos momentos, son un abrazo fuerte, la posibilidad de compartir nuestra historia, el llanto acompañado, el hombro firme, el oído atento, dispuesto a atender nuestra necesidad de hablar, nadie mejor que nuestros seres queridos para atender nuestras demandas…
Sabemos que nuestro duelo ha sido elaborado cuando somos capaces de pensar en nuestro ser querido sin el dolor intenso, cuando volvemos a poner nuestras emociones en la vida y en las personas de nuestro alrededor.
Aun así aunque elaboramos nuestro duelo, no por eso olvidamos la pérdida una vez terminado el proceso.
Queda “el recuerdo de la cicatriz”. El dolor de la cicatriz nos sigue recordando el pasado. Y aunque cada año las cicatrices hablan en voz más tenue, a veces pasa mucho tiempo y puede que hasta dejen de recordarnos lo perdido.
Sin embargo hay cicatrices, que sin duda, duelen por siempre.